Éste no ha sido un buen año para los archivos españoles, o al menos como usuario no se percibe que lo fuera; más bien todo lo contrario. Ya en enero glosé en otro blog las dificultades para obtener del Archivo Histórico Nacional un puñado de fotocopias, media docena, que en principio me dijeron que tardarían un año; al final "sólo" fueron cinco meses, desencorchemos el cava. Claro que aún así ha sido mucho mejor que los quince meses de las últimas imágenes que pedí del Archivo General de Índias. Ha habido dignísimas excepciones a esta tendencia a ir a peor (¡Gracias, Simancas!) pero en general el año me ha traído una serie de desencuentos con archivos de diversas administraciones y regiones: de cartas no contestadas, fondos catalogados pero que no aparecen, cierres fortuitos justo el día en que uno llega... Entre septiembre y diciembre no había acceso para investigar en el Archivo Diocesano del Ejército (vean otro blog mío, ¡cómo me gusta dar la lata!) y ahora a pocos días de acabar el año la noticia nefasta de que el Archivo Militar de Ávila, otro que en el pasado me ha brindado excelente servicio, también limita el acceso por falta de personal.
Falta de recursos, falta de personal, falta de... todo. Hay archivos que cuando uno se desplaza y ve el terreno, ya es menos sorprendente que no le contestan los e-mails: no hay catálogo ni instrumentos de descripción y el "personal" muchas veces es una sola persona, a veces presente solamente a tiempo parcial, a veces incluso una contratación ocasional para cubrir un vacante, que tiene mucha buena voluntad pero ni la más mínima idea de donde se halla tal o cual fondo, por mucho que aparezca citado en alguna tésis.
Curiosamente, a la par que tantos archivos patrios están en paños menores, abunda el patriotismo de carton piedra. Por ahí se escribe de los temas históricos más diversos, desde lavar la cara a la Inquisición, a resaltar lo mucho mejor organizadas y gobernadas que estaban las colonias americanas de España, perdón los reinos de Ultramar, que los de Inglaterra (seguramente por ello duraron tanto más bajo su respectiva corona), pasando por un sinfín de tópicos sobre Gibraltar y la Guerra Civil Española. Lo que echo en falta es un sincero interés no por repetir lo que ya se sabe o se cree saber, sino para remediar la llamativa disparidad entre los medios de los archivos que custodian aquí las pruebas de todo aquello, y lo que se gasta y se ofrece en archivos de otras naciones.
Porque los héroes, donde se hallan, es en los archivos. No me refiero a los espadones decimonónicos cuyos apellidos se repiten de forma cansina en el callejero de medio país. Me refiero a los legiones de humildes olvidados que salieron de cada pueblo, cada aldea, de parajes acaso hoy despoblados y olvidados. Ese miliciano idealista que apoyó a Espartero, el mutilado que jamás volvió a andar bien después de Wad-Ras, aquel hijo único que murió en el frente del Ebro, llevando a sus padres a tener otro hijo más y volver a darle el nombre de pila del difunto, 19 años después de haber nacido aquél... Quienes removemos frecuentemente los papeles de otras épocas estamos acostumbrados a encontrar migajas de historias reales mejores, en muchos casos, que la última novela que hemos leído. Lamentablemente, por la falta de recursos, esas historias ahí se quedan, mientras se gastan cuantiosas sumas en rescatar nosequé, o en proyectos de vanidad del gobierno central o regional de turno. Qué triste que, más que un verdadero interés en salvar y difundir aquellas pequeñas historias de sufridos españoles de otras épocas, lo que parece haber en ciertos colectivos y medios no es más que un deseo de sacar pecho delante del vecino, porque eso sí resulta grato y barato.
Realmente no es mí problema, soy güiri y algún día me iré por donde he venido, pero mientras tanto, vuestra decepción ante tales estrecheces surgidas de la dejadez es la mía. Mi deseo, pues, para el año que pronto empieza es que simplemente que la dotación material de los archivos de España sea dignamente proporcional al amor por la patria que tanto hincha la boca a algunos.
Falta de recursos, falta de personal, falta de... todo. Hay archivos que cuando uno se desplaza y ve el terreno, ya es menos sorprendente que no le contestan los e-mails: no hay catálogo ni instrumentos de descripción y el "personal" muchas veces es una sola persona, a veces presente solamente a tiempo parcial, a veces incluso una contratación ocasional para cubrir un vacante, que tiene mucha buena voluntad pero ni la más mínima idea de donde se halla tal o cual fondo, por mucho que aparezca citado en alguna tésis.
Curiosamente, a la par que tantos archivos patrios están en paños menores, abunda el patriotismo de carton piedra. Por ahí se escribe de los temas históricos más diversos, desde lavar la cara a la Inquisición, a resaltar lo mucho mejor organizadas y gobernadas que estaban las colonias americanas de España, perdón los reinos de Ultramar, que los de Inglaterra (seguramente por ello duraron tanto más bajo su respectiva corona), pasando por un sinfín de tópicos sobre Gibraltar y la Guerra Civil Española. Lo que echo en falta es un sincero interés no por repetir lo que ya se sabe o se cree saber, sino para remediar la llamativa disparidad entre los medios de los archivos que custodian aquí las pruebas de todo aquello, y lo que se gasta y se ofrece en archivos de otras naciones.
Porque los héroes, donde se hallan, es en los archivos. No me refiero a los espadones decimonónicos cuyos apellidos se repiten de forma cansina en el callejero de medio país. Me refiero a los legiones de humildes olvidados que salieron de cada pueblo, cada aldea, de parajes acaso hoy despoblados y olvidados. Ese miliciano idealista que apoyó a Espartero, el mutilado que jamás volvió a andar bien después de Wad-Ras, aquel hijo único que murió en el frente del Ebro, llevando a sus padres a tener otro hijo más y volver a darle el nombre de pila del difunto, 19 años después de haber nacido aquél... Quienes removemos frecuentemente los papeles de otras épocas estamos acostumbrados a encontrar migajas de historias reales mejores, en muchos casos, que la última novela que hemos leído. Lamentablemente, por la falta de recursos, esas historias ahí se quedan, mientras se gastan cuantiosas sumas en rescatar nosequé, o en proyectos de vanidad del gobierno central o regional de turno. Qué triste que, más que un verdadero interés en salvar y difundir aquellas pequeñas historias de sufridos españoles de otras épocas, lo que parece haber en ciertos colectivos y medios no es más que un deseo de sacar pecho delante del vecino, porque eso sí resulta grato y barato.
Realmente no es mí problema, soy güiri y algún día me iré por donde he venido, pero mientras tanto, vuestra decepción ante tales estrecheces surgidas de la dejadez es la mía. Mi deseo, pues, para el año que pronto empieza es que simplemente que la dotación material de los archivos de España sea dignamente proporcional al amor por la patria que tanto hincha la boca a algunos.